jueves, 4 de febrero de 2016

Del poema de los buitres blancos


 Un desierto entero caminé, siguiendo a La Respuesta. A su lado, cumpliendo su única regla. "En silencio", me había advertido, y obedecí. Obedecí, quién sabe durante cuanto tiempo. Cuando quise volver a hablar había, ya, olvidado como hacerlo. Y mis piernas se rindieron, caí. Caí sobre la blanca arena de aquel inagotable desierto. Miré a la muchacha de piel roja, sin terminar de entender, y vi pena en sus ojos. Me dijo que lo sentía, que así debía ser, que el juicio debía hacerse, que era la única manera, y que esperaba no volver a encontrarme. Eso dijo, y se marchó, siguiendo las huellas de sus propias pisadas. Y yo dormí, siguiendo las huellas de las mías.

 Los buitres blancos me despertaron, mientras devoraban uno de mis brazos: Habían perforado el pesado traje. Un alarido me hizo recuperar la voz, pero sentía sangre en la garganta. Mi grito los espantó.

-¡Este aún vive! -Dijo uno, de voz muy aguda.

-Así parece. -Habló el otro, con voz ronca.

-¿Crees que ella lo haya traído?

-Si, eso creo. -Dijo meditando.

-Pero no están sus huellas.

-Siempre las recoge, no le gusta ensuciar el desierto.

-¿Crees que este sea digno?

-Yo creo muchas cosas, joven. Aquí importa lo que crea él. -Dijo, fijando a mi su mirada curiosa.

-¡Si, si! Lo que él crea.

El de la voz ronca se dirigió a mi, con respeto, y compasión.

-Digame, usted, muchacho ¿Cree que es digno de no ser comido?

-Lo siento, -Contesté. -pero estoy ocupado, no tengo tiempo de morir.

-Ah, ya veo, -Suspiró.- ¿Y qué sabes tu del tiempo?

-Solo que debo estar llegando tarde, señores.

Me incorporé, y pude notar que mi pieza estaba tirada en el suelo. Junté la pequeña cicatriz que me había dejado la sirena, y me volví hacia los buitres. Ahora me veían desafiantes, y el de la voz ronca habló:

Es notorio, caminante, que no sabe de mi,
que no escuchado del poema de los buitres blancos,
del desierto donde un juicio vil
es verdugo del sueño cabizbajo.

Aquel que no sueña no vive jamás.
Quien no ha vivido, ni ser muerto merece.
Tan solo ser desierto, que si de arena carece,
los enjuiciados podrán alfombrar.

Parado sobre su destino el caminante está,
dejando su huella sin contorno
sobre los que anduvieron el entorno
y no supieron por donde escapar.

Contesté, sin intención de aplacar su ira:

Deme ya su pieza, mi blanco señor.
Estuve muerto, y viví la eternidad.
No siento miedo ya, pena o dolor.
Si así lo decido, me voy a marchar.

 Extendí la mano esperando que me diera algo: "Si pasas la prueba, en el desierto encontrarás una pieza, una ficha," Me había confesado La Respuesta.
 Con asco el buitre de la voz ronca poso su ala en mi mano a medio comer, dejó una pequeña cruz tallada en hueso: "Es la penumbra, come en cualquier dirección, lento, de a un casillero"