sábado, 2 de enero de 2016

Del juego

 Por la pesada jungla él siguió la mano de aquella muchacha. Sin importar cuan adelante estuviese la sirena, paso a paso el astronauta se acercaba, siguiendo las gotas que todavía caían de las palmas húmedas de la muchacha.
 Así fue como llegó hasta el manantial, sin cansancio, sin sed. Se alimentó de esperanza, durmió en los sueños. Esperando robarle paso, comerle los talones, beber de su vientre.

 La sirena llegó fácilmente, conocía el camino, y sabía que él la seguía, le robaba paso, le comía los talones. Sacudía sus palmas para que gotearan, así lo guiaba.
 A su llegada todo debía estar en orden. así que la sirena hizo los arreglos.

 Cuando él corrió las últimas pesadas hojas de la selva, allí volvió a verla, a encontrarla. Sentada en el manantial, sonriente, jovial, como sirena. Un enorme tablero con muchas piezas aguardaba al astronauta, y con un gesto la sirena lo invitó a sentarse frente a ella. Lo miró a los ojos, y comenzó.

 La sirena movió una hermosa ficha de vidrio, dos casillas hacia el astronauta: La confianza.

 El astronauta medito que hacer, el no tenía esa pieza, así que tocó otra, era un botón: El calor.

 La sirena le sonrió, y movió una pieza invisible, de aire, seis casillas: El alma.

 El astronauta comprendió que podía mover cualquier pieza que quisiera, y eligió un adorno: La lucha.

 La sirena comió dos piezas del astronauta: Un caparazón, y una respuesta.

 El astronauta comió una ficha de la sirena, un trozo de seda fina: La cordura.

 La sirena volteo una de sus fichas, un pequeño tótem: La promesa. E inmediatamente se levantó, y dejó el juego. Se marchó, dejando al astronauta frente al tablero. Las piezas se perdieron. Excepto una: Una pequeña cicatriz negra: El vacío.